¿es bueno unos minutos, unas líneas de fama, aunque el espejo de la narrativa no te deje en el lugar que tu pedestal vital se había construido previamente? ¿Es mejor aparecer o desaparecer de la memoria? Solo el autor permanece como una constante universal: perseguir un fantasma inmobiliario, el fantasma de las Navidades presentes, tener una compañía de teatro amateur, empleos precarios, el fantasma de las Navidades Pasadas como un chico con el que intercambiaron chispazos de tensión sexual, volver a encontrarse con un antiguo amigo y dejar que los algoritmos de la experiencia completen los huecos que por desidia o secretismo has ido perdiendo de su vida (aquí me recuerda a la obra de Michel Houellebecq y su ambigua interpretación de la amistad).
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